miércoles, 7 de abril de 2010

6.4.10





Tokio Hotel, el grupo alemán que causa fervor entre sus fans de todo el mundo, dejó ayer en Madrid prueba de su éxito incontrolable y de que son los ídolos de una generación adolescente indefinible que se mueve tanto en el pop chicle como en la estética gótica y manga, y las tendencias emo pop. En realidad, habría que añadir un insustancial «algo así», porque ni sus fans son determinantes a la hora de definirles, aunque sí totalizadores: «Tokio Hotel son lo más». Y poco más, porque eso era todo lo que llegaban a conjugar para explicar qué sentimientos son los que les provoca este batiburrillo de banda.
Si Tokio Hotel arrasó en Madrid, como el día anterior lo había hecho en Barcelona, el grupo de Bill Kaulitz pudo comprobar cómo se las gastan sus seguidores españoles a la hora de demostrar el «y yo más» en todo lo que se refiera a amor, devoción, pasión y, ante todo, histeria, en las horas previas al concierto de ayer en el Palacio de los Deportes de la capital. Todas (y también alguno) querían ser testigos de primera fila del concierto. Por eso, durante la mañana, se cumplieron todos los mandamientos de los conciertos de fans: gritos, discusiones, llantos, algún desmayo, ambiente denso y la cara de estupefacción de la Policía Local, que intentaba apaciguar los ánimos ante la petición de las propias fans. «No es tan fácil», alcanzaba a decir un agente.
En torno a una lista que se fue elaborando desde hace un par de semanas, cuando desembarcaron las primeras incondicionales de la banda alemana, y con las protestas de las que se iban sumando más recientemente y que, claro, negaban cualquier valor a ese intento de autogestión, la bronca fue creciendo, hasta que la Policía Local consiguió estirar la fila y que no se creara un tapón humano.
Doce días a la cola
Por esas primeras filas estaba Ángela, de Parla, que llevaba la friolera de doce días a turnos en la primera fila. «Salvo dos días, el resto he estado aquí, guardando el sitio. No hay derecho a que ahora se nos quieran colar. Las que se fueron a Barcelona, que ahora esperen a que entremos nosotras primero», explicaba, lo que dejaba entrever que en el planeta Tokio todo el mundo sabe algo de todo el mundo? De repente, le sonó el móvil a esta chica. «Estoy donde la piedra esa», decía para localizarse en la entrada del palacio, sí, donde está esa piedra: el Dolmen de Dalí. Pero, ¿qué tienen los Tokio que las vuelven locas? «Que son lo más», apuntaba con entusiasmo.
Desde Vigo, Maica y Carla, madre e hija, por un lado; y Martina, junto a su padre, Luis, también hacían tiempo con un espíritu más calmado. Maica aseguraba, con sensatez, que «esto al final es peligroso porque no está nada organizado». Y asentían mayores y menores. De hecho, gracias a, y por culpa de, su hija Carla, futura estudiante de Imagen y Sonido, es el tercer concierto al que asiste. Pero Carla lo tenía claro: «Ves el concierto y ya te entran ganas de repetir», aseguraba. Tatiana y una amiga esperaban unas filas atrás con una impaciencia preventiva que aún tenían que dosificar. «Lo que más nos gusta es todo», incorporaban al ideario de estos superventas. Con un poco más de esfuerzo añadían: «Nos gusta el mensaje. Traduces sus letras y te pueden ayudar porque son poesías». Ya en pleno estado de sensatez aportaban un dato: «En nuestras casas nos dicen que estamos un poco locas y tienen razón».
Jóvenes adolescentes iban llegando a lo largo del día para sumarse a una histeria colectiva que vivió su primer momento explosivo al abrirse las puertas del recinto. Eran ya miles los que se apostaban en las entradas del Palacio de los Deportes, que, pese a todo, vivió uno de los, seguro, acontecimientos masivos más importantes de este 2010. Y es que Tokio Hotel suma a su carácter de fenómeno de fan el añadido de grupo
«Ni de coña paso yo esto por Bill», sentenciaban las seguidoras ante el jaleo de primera fila
Tokio Hotel es una banda alemana a la que los mayores conocen por los pelos. Sobre todo, los de Bill Kaulitz, líder visible de un grupo de fans que ha revolucionado la escena en la que los adolescentes tienen la palabra en forma de gritos de histeria. Con tres discos, son veinteañeros multimillonarios a base de canciones en las que hay cierta pose de rock duro, pero masticable. La fórmula funciona a tal extremo que, como ocurrió ayer, están llamados a ser protagonistas de los conciertos masivos al más alto nivel.
Y, también, por su carácter de fenómeno de fans para adolescentes, en sus conciertos rondan padres que no entrarán al concierto pero que harán su particular peregrinación para repartir bocadillos a sus hijos y, de paso, vigilar cómo está el cotarro. Ayer, en Madrid, alterado. Había quejas hasta de jóvenes que proponían algo tan sencillo como que «hay que respetar a los demás y venir a disfrutar», como decían al unísono Desiree y Claudia, procedentes de Córdoba y que ya llevaban más de una semana en Madrid. Una de ellas, o tal vez alguien próximo, porque el jaleo era de aúpa, sentenciaba, eso sí, sin moverse de la fila: «Ni de coña paso yo esto por Bill». Ese era el de los pelos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario